Termino
la novela y me propongo seguir leyendo a este autor e incluso la relectura de Lo bello y lo triste. Tanta sensibilidad
y delicadeza como la que despliega Kawabata en la descripción de la mujer y su
trato se me tornan (muy levemente) puro satirismo. En La
casa de las bellas durmientes estaba justificado, pero me molesta haber
despertado ese acto reflejo leyendo País
de nieve. Así que necesito corroborar si es tan solo una sensación del
lector o es marca de fábrica.
Dejando
aparte esta neura, leve, como digo, lo cierto es que este autor exprime los
detalles con gusto y elegancia. Y cuando hablo de detalles hablo, sobre todo,
de los movimientos, las posturas, las actitudes y ademanes de la mujer. Cosas así me hacen
atractiva la lectura de este novelista.
Con
esta novela Kawabata inicia el retorno a la tradición estética japonesa, que
abandonó años antes oponiéndose al realismo social dominante en la literatura
nipona.
Lentitud
y parsimonia. Ceremonia del té. Nieve cayendo.
La
novela es corta, ciento cincuenta y ocho páginas. Aún así se lee muy despacio.
Sí, digo bien. El lector se ve obligado a moderar la velocidad de lectura lo
que, por desgracia, provoca que llegue un momento en que el sosiego de la
narración pueda provocar cansancio con tanta geisha yendo y viniendo, eso sí,
con pasos mudos y voz suave.
Con
la descripción de paisajes, el lector no acierta a situarse en el momento
histórico; tal vez la mezcla de tradición y modernidad tan típica de Japón y
difícil de entender por estos lares occidentales contribuya a desorientar. Sólo
al final se sale de duda.
Pudiera
deducirse que los ingredientes dan un resultado erótico, de elevada sexualidad.
Sin embargo Kawabata ni de lejos pretende activar básicas reacciones, sólo deja
un continuo reguero de sensualidad que el lector va siguiendo hasta disiparse
en una dura y vulgar despedida.
«Cuando volvió a bajar la cabeza, él alcanzó
a ver que incluso la piel del nacimiento de la espalda, que el cuello abierto
del kimono dejaba visible, se había arrebolado. Resaltando contra la negrura
del pelo, impecablemente recogido en un rodete sin un cabello fuera de lugar,
como una piedra pulida por las aguas hasta alcanzar la más tersa redondez, esa
piel perlada de humedad parecía ofrecerse en sensual desnudez.»
Si les interesa hay
Kawabata para rato.