Correr
y correr, comer sano y entrenar y entrenar.
Los
corredores aficionados son gente muy obsesiva, muy seguida con el régimen de
comidas y el seguimiento de las marcas, muy friki se diría hoy, muy pejiguera
se diría en mi tierra. A más entrenamiento y mayor tiempo de práctica mejor
rendimiento. De cajón. Pero llega un momento en el que aún siguiendo esta
inequívoca regla no se mejoran los tiempos ni las sensaciones al correr. La
respuesta es fácil: se envejece. Es el momento en que se debe aceptar que uno
se hace viejo y que eso no tiene marcha atrás. El momento en que uno sabe con
toda certeza que jamás podrá alcanzar algunas de las metas a las que aún aspira
como si el tiempo no pasara, como si el cuerpo se mantuviera tan capaz y ágil
como la mente. Llega un momento en que se descubre como nuevo algo que nos
acompaña toda la vida: la soberbia de la inmortalidad.
«Para mí —y quizá para todo el mundo—, ésta
ha sido la primera vez desde que nací que he experimentado lo que es envejecer,
y la sensación que eso trae aparejada también es nueva. Si la hubiera
experimentado con anterioridad, siquiera una vez, seguramente habría podido
discernir muchas más cosas y con mayor claridad.»
Entrenar
para una maratón y volver a correr y a entrenar para otra media-maratón.
Como
dije más arriba otra idea interesante es “el
blues del corredor”. Un día, sin previo aviso, llega el hastío de tener que
correr todos los días. Y se deja por un tiempo. Sin más.
El
cansancio del trabajo continuado. Sin aviso previo, de repente. Se siente que
lo que hasta ese momento se ha estado haciendo con tanta dedicación y ganas, deja
de tener el sentido suficiente como para seguir gastando energías en ello. Tal
vez sea un reflejo depresivo o de ansiedad, quién sabe, porque el objeto del
esfuerzo aún sigue en mente, ahí está, en la trastienda, a primera vista; todos
los días en primera fila. Y se pasa por delante sabiendo que algún día se le
quitará el polvo acumulado y, como un juguete nuevo, comenzará su limpieza y con
la misma dedicación y entrega que antes se pondrá a ello sin esperar más que la
satisfacción de haber hecho lo que apetece, lo que gusta.
«Hoy, mientras corría, me he encontrado un
ganso del Canadá, grande y regordete, muerto a orillas del Charles. También
había una ardilla muerta al pie de un árbol. Ambos parecían profundamente
dormidos. Su expresión tan solo denotaba una tranquila aceptación del final de
la vida. Parecía que, por fin, se hubieran liberado de algo.»
El
resto es todo correr y correr y entrenar y entrenar. Puede interesar a quien le
guste eso y de todas formas es distraído. Este hombre sabe escribir.
Decir que no me gusta Murakami casi parece una herejía pero así es.
ResponderEliminarUn saludo,
De herejía nada, Carmen. El criterio de los lectores siempre cumple una premisa que no es de obligada existencia en el disfrute de las demás artes: el esfuerzo intelectual, lo que objetivamente otorga autoridad para elegir los gustos.
ResponderEliminarGracias por tu fidelidad con este blog.
Hola. A mí me encanta Murakami, porque como tú dices sabe escribir. Pero es cierto que a mucha gente no le gusta y es que para gustos...
ResponderEliminarEsta novela suya, además de correr y correr y entrenar y entrenar, me aportó conocerle más, saber más de su vida (porque también te cuenta muchas cosas de su faceta de escritor, de su bar de jazz, etc)
Saludos