
Raimund Pretzel nació en Berlín,
en 1907; murió en la misma ciudad en 1999. Huyendo de la opresión que el
régimen nazi ejercía en Alemania, en 1938 emigró a Gran Bretaña, donde continuó
su labor como periodista en The Observer, pues ya publicaba alguna columna en
la prensa de su país. Es entonces cuando adopta el pseudónimo de Sebastian
Haffner por temor a que su familia pudiera sufrir represalias.
Historia de un alemán, aún como lectura personal, merece algo más
que uno de los breves comentarios a los que se dedica este blog. Como en su día
publiqué que estaba leyendo este libro, me siento comprometido a dar mi
opinión. A ver qué sale.
Haffner escribió estas memorias
con apenas veintiséis años, aunque no se publicaron hasta después de su muerte,
en 1999, cuando se encontró entre sus papeles personales el manuscrito de esta
extraordinaria obra.
No puedo evitar acordarme del libro
de memorias de Stefan Zweig, El mundo de
ayer, aunque sean dos libros muy distintos. Sus autores los escribieron en
situaciones parecidas pero con edades antagónicas y, por tanto, con un cúmulo
de vivencias muy desigual. Por otro lado, consecuencia de lo primero, Zweig
relata historias y experiencias que dejan entrever el desengaño y el fin de la
ilusión de quien tiene una edad avanzada, exponiendo la situación social y
política de las distintas épocas de su vida sin ahondar en los aspectos y
motivos que llevaron a ella. Sin embargo Sebastian Haffner, a pesar de su
juventud, analiza casi en forma de ensayo el comportamiento de los alemanes y
su responsabilidad en la cadencia de acontecimientos que se encadenaron hasta
la llegada de los nazis al poder. No se recata en su juicio, aportando como
pruebas sus propias vivencias y trato con sus compañeros de carrera y de
trabajo, con sus amigos judíos y arios y con sus propias familias. Haffner,
para explicar los motivos que lo llevaron a exiliarse de manera voluntaria, nos
cuenta su vida y, a través de ella, vemos con claridad inigualable la vida de
los alemanes de las primeras décadas del siglo XX.
«El valor cívico, es decir, el arrojo necesario para tomar decisiones
autónomas y actuar según la propia responsabilidad, es ya de por sí una rara
virtud en Alemania, tal y como sentenciara Bismarck en su día.»
Uno de los aspectos más
llamativos de este libro y que da idea de la lúcida capacidad de observación
del autor, es que está escrito antes del comienzo de la II GM. Aún así predice
con total convicción el inevitable estallido de la guerra y el asesinato
indiscriminado de los judíos, ni por asomo imaginaba la manera de hacerlo.
Haffner comienza el relato de la
historia con la interrupción de sus vacaciones de verano en agosto de 1914.
Tenía siete años. «El estallido de la
pasada Guerra Mundial, con el que la etapa consciente de mi vida comenzó de
golpe y porrazo, me pilló como a la mayoría de europeos: en plenas vacaciones
de verano.»
Ya al finalizar la I GM, afirma
Haffner, los cimientos del régimen nazi estaban puestos. Cierto; hoy sabemos
que en realidad, ya en 1919 la sociedad alemana estaba lista para tragar y
asimilar de manera más o menos forzosa y silente el nazismo. «Merece la pena recalcar el hecho de que, por
aquel entonces, en la primavera de 1919, cuando la revolución de izquierda se
esforzaba en vano por tomar forma, la futura revolución nazi ya estaba allí,
dispuesta y poderosa, sólo que sin Hitler: los Freicorps, encargados de salvar
a Ebert y Noske, eran simplemente lo que más adelante serían las tropas de
asalto nazis.»
Haffner continuamente pone el
dedo en la llaga y de manera insuperable expone, sintetiza en frases cortas
hechos que, por conocidos y repetidos, acaban siendo asumidos de manera
inconsciente, adormeciendo la capacidad crítica y abriendo así la puerta a la probable
repetición (con sus variantes) de dolorosos acontecimientos pasados. Y es que
no hace falta ser un psicópata para apoyar a alguien que sí lo es.
Así, me causó especial pavor esta
frase: «Muchas formas de Estado, es más,
la mayoría han nacido de un modo más
sangriento, pero no ha habido ninguna cuyo alumbramiento fuese tan repugnante.» Se refiere Haffner a
la pantomima de revolución de 1933, producto del silencio y la cobardía,
primero de los representantes políticos y después de la población alemana que
demostró estar fielmente representada. El cincuenta y
seis por ciento de los alemanes no votó a favor de los nazis.
Lo cierto es que, a la larga, se
demuestra de forma indefectible que la catadura de los políticos de un país no
es más que la imagen fiel de sus representados.
«La traición fue total, generalizada y sin excepciones, desde la
izquierda hasta la derecha.»
Un poco más adelante afirma y
predice:
«Toda revolución ocurrida en otras naciones, al margen de cuánta sangre
y debilitamiento momentáneo haya podido conllevar, ha supuesto un increíble
aumento de la vehemencia con la que se defienden los valores morales en ambos
frentes de batalla y, por ende, ha producido un tremendo fortalecimiento de la
nación a largo plazo(...) Allí donde debería manar esa fuente de energía a los
alemanes no les queda más que el recuerdo de la deshonra, la cobardía y la
debilidad. Es inevitable que llegue el día en el que eso tenga sus
consecuencias, que consistirán, muy probablemente, en la disolución de la
nación alemana y de su condición de estado.»
Sebastian Haffner no sólo detalla
la vida cotidiana manchada por el progresivo auge del nazismo, intenta dar una visión
general. Es decir, intenta explicar el comportamiento de sus compatriotas, la
asunción de una ideología, de un rol tan siniestro. Con una exposición que
linda con la etnografía, la sociología y la psicología social, de manera
brillante, expone un lúcido y plausible criterio.
«Si se me permite hacer una generalización llegados a este punto, debo
decir que uno de los rasgos más terribles de las novedades que están
aconteciendo en Alemania consiste en que no hay criminales que respondan de sus
actos ni mártires que carguen con su sufrimiento, todo sucede como en un estado
de ligera anestesia, con una fina y mísera capa de sensibilidad tras el horror
objetivo: están cometiéndose asesinatos como si fueran las travesuras de unos
chicos malos, la humillación personal y el suicidio ético se aceptan como si se
tratara de pequeños incidentes molestos e incluso la muerte física del mártir
no provoca más reacción que un simple “mala suerte”.»
¿Es que este párrafo no es
actual?
Pero Haffner no se conforma con
la visión social de los acontecimientos. Al tratarse de un relato personal que
por su “normalidad” identifica a la mayoría de los alemanes de la época, el
autor analiza otra capa fundamental de los acontecimientos: el comportamiento
personal. El funcionamiento de la psique individual en situaciones de opresión
política. Una vez más, de manera nítida, analiza la huída intelectual como una
de las salidas más peligrosas. Si no la negación, sí la ignorancia de lo que
sucede, cerrar las puertas y ventanas al exterior y, como dijo Sthendal (señala
Haffner) «consagrarse al mantenimiento de
un yo sagrado y puro.»
¿No es esto actual?
Mientras leía Historia de un alemán, me vino a la
memoria un programa de televisión cuyo formato ha tenido tanto éxito que lo
emiten distintas cadenas españolas. Se trata de “Españoles por el mundo” o “Andaluces
por el mundo” o “Madrileños por el mundo”…, uno de esos. Consiste en que un
redactor y un cámara acompañan al protagonista por una ciudad extranjera, en la
que lleva viviendo una temporada más o menos larga, mientras cuenta su historia
y muestra las costumbres y monumentos de la ciudad en cuestión.
El caso es que aquel programa lo
dedicaban a Alemania y salió una jovencita de Granada, muy progre ella, que
vivía en Berlín. En un momento de su relato, motivado por algún monumento o
edificio, salió el tema del genocidio nazi. Y con una candidez más dañina que
cualquier maldad, comentó (cito de memoria): “A mis amigos alemanes de
bachillerato, sus Institutos los llevan a visitar los campos de exterminio. No
sé qué culpa tienen ellos de todo aquello.”
En realidad de eso trata Historia de un alemán y muchos otros
libros geniales que dan testimonio de un momento histórico. En eso consiste
aprender Historia. Los políticos lo saben. Por eso, para modelar el cretinismo
intelectual hacen que nuestros hijos aprendan historias, no Historia y salgan (en el mejor de los casos)
mentes rebosantes de un buenismo analfabetoide más peligroso de lo que aparenta.
A esta chica habría que
explicarle que los jóvenes alemanes no aprenden su Historia en carne viva por
ser culpables, la aprenden por ser los responsables del futuro de su país y
para ello deben conocer de manera objetiva su pasado. Igualito que en España.
Decenas de anotaciones me quedan
por transcribir o desarrollar. Me parece que dejarlo aquí es lo correcto porque
creo haber dado una idea aproximada del contenido del libro. Quien esté
interesado probablemente se vea alentado por mis torpes palabras. Quien no lo
esté, no habrá llegado a este párrafo; es más, seguramente no llegue a este
blog.
Este libro, para mi sorpresa, se
ha convertido en uno de los mejores libros que he leído en mi vida.