
Parece ser que el Sultán Makawa era un
poderoso rey africano capaz de reunir bajo su sola presencia todo el poder de
la negritud del continente, otorgando a sus habitantes la fuerza para poder
dominar y luchar contra aquellos que eran o pudieran ser sus “enemigos”. Este
señor debió morir hace tiempo porque su calavera, a principios del siglo XX
estaba en poder del estado alemán o, al menos, eso dan a entender los
vencedores de la I GM cuando redactaron el Tratado de Versalles, que incluía
también la exigencia de que Alemania devolviera la susodicha calavera. En fin,
por pedir que no quede.
Este tipo de cosas dan la impresión de que
aquellos historiadores que consideran la II GM como una continuación de la
Primera tienen bastante razón.
De tal despropósito, Rudolf Frank entresaca
esta novela, alegoría de la manipulación que se ejerce desde el poder
establecido sobre las personas que sustentan el sistema con su trabajo, su vida
y la de sus familias. Todo ello relatado sin “conspiranoia” y sin la hipócrita
repulsión que manipula a los mismos ciudadanos desde el lado contrario.
«Sin
embargo, una hombre pierde su libertad tan pronto como se pone el uniforme.
¿Puede acaso seguir siendo considerado un ser humano? En la guerra, no. En la
guerra ese hombre se convierte en una máquina asesina. […] “Carne de cañón”, la
expresión más horrible que pueda hallarse en cualquier idioma.»
Aparte de que pueda extraerse un
significado más o menos grandilocuente, la intención de Frank al escribir esta
historia la deja bien clara el propio autor: «una advertencia en contra de la guerra dirigida a la juventud». Ningún
editor publicaría hoy esta novela dirigida al público joven, demasiado nivel.
Así degeneramos. De hecho compré el libro en Fnac y no precisamente en el
departamento de literatura juvenil.
Literatura juvenil o no lo cierto es que
hablamos de una novela con lenguaje simple, explicativo y didáctico; una novela
de aventuras con una trama simple y sin la menor intención de ser enrevesada.
Es el punto de vista de un niño de campo, huérfano y sin más vivencia que su
conocimiento de la naturaleza. La inocencia como velo para exponer la crueldad
de la guerra y la inmundicia y la bondad del comportamiento humano en una
situación tan extrema. Más que una denuncia explícita es un sencillo relato
sobre la experiencia del ciudadano medio
al que le despojan de todo en nombre de algo tan cuestionable como la calavera
del sultán Makawa.
«—Sabed
hombres negros, que creo en cada cosa que habéis dicho por boca de vuestro
sargento, Kru-Kru. Es cierto, creo que os han prometido la calavera de vuestro
rey Makawa como recompensa por la sangre que vuestros buenos y valientes
hermanos derraméis en los campos de batalla de Europa. Yo estuve en África, amo
vuestra tierra y os digo: también a mí y a ese hombre blanco, mi hermano
—afirmó señalando a Voss—, y a ese de ahí y a ese y a ese, a todos los que
estamos aquí, nos han prometido, como recompensa por nuestro sufrimiento y
nuestra sangre, la calavera del sultán Makawa. Es sólo que le han dado otro
nombre. No lo han llamado “Makawa”, sino “libertad”, “patria”, “justicia”. A
unos le dijeron “Belgrado”; a otro: “Revancha”; ya a otro: “Padrecito Zar”»